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Lo siento, no era yo. O quizás sí.

Crítica.– Lo que fuimos, lo que somos. Hace no mucho tiempo leí un comentario de Carlos Gil que abogaba por el teatro de barrio, por el teatro de trincheras, por volver a ser aquello que una vez fuimos y de lo que parecemos huir. En primer lugar recordar lo obvio: existen pocos placeres tan intensos como acudir a esas pequeñas salas de barrio, a esas salas recogidas y llenas de mimo que nos brindan día a día teatro. La Nave 73 lleva una década de eso.

Una es casualidad, dos suerte, tres tendencia. A partir de cuatro, es costumbre. No llevo la cuenta de Esther, pero nos ha acostumbrado a ver cosas aparentemente sencillas, aparentemente inocuas, aparentemente superficiales, aparentemente pueriles. Esther también nos ha acostumbrado a entrar dentro de sus filias y fobias, a arrastrarnos hasta el fondo de la ternura de nuestra alma y a salir del teatro con un aire entre esperanzador y de desasosiego que no todas son capaces de hacernos alcanzar. LO SIENTO, NO ERA YO rompe con la tendencia a la autoficción de la multifacética Berzal. Si bien el personaje principal de la obra tiene claras semejanzas con su autora, no existe ese pacto de la mentira en el que una se dirija al público y declare su nombre. Eppur si muove porque aunque la mayoría de las obras de autoficción son empleadas para hablar de si mismos, en el caso de Berzal, quizás por ese carácter segoviano, la autoficción se emplea para hablar de los demás, así sus títulos son declaraciones.¿De dónde te viene la necesidad de escribir Lo siento, no era yo?De disculparme. Y de exculparme al mismo tiempo, supongo. De dar una justificación y de pedir perdón.No me gusta hacer sufrir a la gente de mi alrededor, y lo hice. Y, bueno, creo que es importante aceptar eso, reconocer de donde viene, y decirles que lo sientes. (Godot, abril 2023)Carmen, así se llama la protagonista, narra su relación con la comida y con el otro yo, Ágata, que del mismo modo que Carmen ora es interpretado por Esther, ora por una mimadora de ternuras Lauren Gumuccio. El tercer personaje en escena, presente y ausente en todo momento como el fantasma de Hámlet padre, es Ana Belén Camarero, etérea, vaporosa y madre. Al lío. La dirección recae sobre María Uruñuela y ésta ha sabido leer cada una de las entrelíneas del texto. Una puesta en escena austera y útil con una escenografía de las mismas características dejando desnudas a las actrices sobre escena, provocando que el centro de nuestra atención esté siempre en ellas. Nada mancha nuestro viaje. Tres espacios claramente marcados con una bañera al fondo, austera, blanca, excepcional. A los clásicos nos llevará a escenas del cine ídem donde tras un cortinaje se descubría ese espacio para el placer que aquí se convierte en lugar del terror, del frío. La obra no busca sorprendernos con una historia trepidante y diferentes giros dramáticos, ellas son Virgilio, nosotros Dante. Se nos permite observar, quizás para poder contar a los demás lo que ocurre en los círculos del infierno. Esther tiene en su literatura dramática mucho de teatro clásico, no por su formulación sino porque cree en el héroe (heroína) y nunca culpa en sus obras de sus males a los demás. Un hecho curioso es que sus personajes muestran sus debilidades tanto al público como al resto de los personajes, pero lo hacen para demostrar que ellas mismas son dueñas de sus destinos y de sus virtudes y de sus luchas y de sus glorias. Hubiera sido fácil hablar de una adolescente y su relación con la comida desde la patología (que la hay) y desde la presión social que sienten los jóvenes (que la hay) y los no tan jóvenes (que la hay) sobre su estética y especialmente sobre su sobrepeso (otrora gordura). Carmen es capaz de levantarse, de luchar y… ¿de vencer? Y no reclama clemencia por todo lo demás porque lo importante no es la adolescente, lo importante es lo que ella quiere decir a los demás: Lo siento, no era yo. Un lo siento que no excusa, exclama clemencia. Como he mencionado antes Esther y Lauren comparten a Carmen y a Ágata. Lauren Gumuccio, a quien ya vimos como un irreverente y tuerquinero Rudolf en la delirante Cerrado por navidad, de la misma autora, asume ahora un papel mucho más relajado, menos histriónico, bello y emanador de paz incluso en los momentos más duros. Su interpretación con una dicción pluscuamperfecta llena la sala. La conexión y complicidad entre las dos actrices en escena hace que los minutos vuelen y eso es una jodienda porque uno se hace viejo más rápido, aunque gozando. Ana Belén Camarero también participó en Cerrado por navidad y ahora tiene un papel más enclaustrado. Una mirada ignorante pensaría que ausente, pero hay que saber hacer demasiado para poder parecer que no haces nada. El fantasma del padre de Hámlet, siempre ahí, siempre en movimiento, nunca presente. Elegancia y continencia. En la función a la que asistí, a mi izquierda un muchacho pensaba que hablaban a sus iguales analizaba y a mi derecha un poeta sexagenario enjugaba las lágrimas en pañuelos de papel y es que, Esther, siendo ésa la manera en la que ella se manifiesta, no sólo habla a sus iguales sobre ellos mismos, también habla a sus mayores sobre sus hijas, sobre esas Ágata que no nos dejan ver el bosque.

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