Uno de los elementos que me echan atrás a la hora de ver teatro, mea culpa, es la tecnología. Puede que sea un resquicio de esa gran decepción por ver “El rey león”, pero cuando entro a ver algo que creo que tiene “demasiada” tecnología por detrás, confieso que me siento incómodo. Privacidad tiene “demasiada” tecnología, pero tan bien hecha, que entré directamente al juego.
¿Qué es “Privacidad”? Pues es un espectáculo, ni más ni menos. Es un juego teatral al que uno debe entrar siempre como participante/jugador porque en el fondo, es un truco de prestidigitación digital. Es divertida, tiene un ritmo endiablado, sorprende a ratos y no aburre aunque le sobra algo de metraje. Se trata de una reflexión sobre la distancia existente entre el mundo digital y el silencio, sobre nuestra privacidad y nuestra vida real.
El libreto original es del británico James Graham pero fue retocado para su estreno en Londres por la directora Josie Rourke y en cualquier caso, la versión que nos muestran en el teatro Marquina es la adaptación que se hizo en México de la mano de Francisco Franco-Alba con los compañeros del Teatro de los Insurgentes y supongo que aquí, también le habrán metido mano. Desconozco la metamorfosis que puede haber sucedido entre unos, otros y estos, pero imagino que pese a ser la sucursal de un “producto”, precisa de una continua reinvención para mantenerse al día.
Chema del Barco, Canco Rodríguez/Fran Sariego, Juan Antonio Lumbreras, Rocío Calvo y Candela Serrat hacen un totum revolutum con un muy entretenido Adrián Lastra a la cabeza. El argumento no es lo importante, porque, como ya he mencionado, todo trata de un juego de prestidigitación digital en el que si uno se quiere sentir público, si se quiere sentir niño, disfruta al tiempo que escucha de fondo cantos de sirena hablando de los peligros de las redes sociales y de lo que ignoramos (no porque no lo sepamos sino porque nos da la gana ignorar) sobre el uso y entrega de nuestros datos a empresas.
La escenografía es básicamente digital y encaja a la perfección con la obra, con el tono y con el modo en que se expresa. El trabajo de video es brillante y el mensaje que quiere transmitir loable, pero todo se resume a un juego bien montado. Tampoco venden nada más. Decir que es sólo entretenimiento y entender que es un mal espectáculo por ello, es mirar con dioptrías de otro. Bruce Willis tiene que correr en camiseta abanderado de tirantes por las calles de NY en una peli de acción, no así en un drama profundo. “Privacidad” no es un drama profundo, tiene que jugar con nosotros a “¿Dónde está la pelotita?” hasta que lleguen los trucos que nos esperan.
Creo que es una forma muy agradable de echar la tarde, que los actores se dejan la piel en el pellejo, sudan la camiseta y que emanan un buen rollo interesante; el público ruge y goza porque puede usar sus móviles durante la función (curiosamente no sonó ninguno, cosa que sí suele suceder en el resto de teatros) y al salir revisan ajustes, se sorprende de la de cosas que las grandes empresas saben de ellos y ponen en marcha el “Too good to go” para buscar una buena oferta de Shusi.