Ozkar Galán siempre me sorprende. Nos recupera los colores, nos saca de los sueños y nos introduce en lo oníricamente teatral para darnos más a cambio que los simples aplausos que le ofrecemos nosotros. Nos deleita con esa carne casi putrefacta de maduración para que, con la técnica del Faisandage, nos vuelva las palabras y los personajes más tiernos, más vivos en contradicción consigo mismos, para que la digiramos de una forma sencilla, quizás algo absurda, siempre entretenida.
Se detiene el tiempo en los albores de la muerte, más allá del purgatorio, en una silueta de sombras donde el cuerpo, aún presente, no ha desaparecido, ni enterrado, ni incinerado. Puede sentirse que está casi vivo. Casi.
Alberto Morate